Lectura en público en la Biblioteca de Aragón
Nuestr@schic@s han dejado bien alto el pabellón en el concurso de lectura en público en la Biblioteca de Aragón
Lejos, tan lejos como estoy de ser padre, hoy me he dado cuenta de que hay algo de sentimiento paternal en esto de la educación. He acompañado, junto a otras compañeras, al XIV concurso de lectura en público del gobierno de Aragón (tanto en inglés como en castellano), a varios chicos y chicas del colegio donde trabajo. Ya de por sí tengo ese defecto de sensibilizarlo todo y el lugar tenía algo de especial, el salón de actos de la Biblioteca de Aragón donde hace poco más de tres meses presenté mi primer libro. Eso ayudaba a crear ambiente. Después, y conforme iban leyendo los distintos textos, yo iba sintiendo lo que ellos sentían. Los nervios ante un acto público, la velocidad excesiva en algunas partes cuando los ensayos habían ido mejor, sentir como propio cada error o cada cosa mejorable, el papel que se cae al suelo, y sí, y después, también, ese orgullo que se queda cuando lo hacen bien , muy bien, y sientes que hay un poquito tuyo en ese escenario. Un poco de papá o mamá ante el triple de la niña. Y no, no hay tanta diferencia entre esos chicos y chicas con los que compartes aula cada día con los demás que han subido y también lo han hecho bien, sin embargo, en esa sonrisa o ese gesto cómplice que sólo te dan días de aula y tardes de suspiros por el excesivo volumen de voz, hay una diferencia más que significativa. Que son ellos y ellas, y no otros, con los que has compartido la aventura de enseñar (y a menudo aprender). Tal vez eso sea lo que nos diferencia a los que nos dedicamos a esto, con mayor o menor acierto en ese arte de educar, que hacemos nuestras las ilusiones de los demás, las suyas, que por un rato fueron nuestras. Después y para completar la ecléctica jornada de trabajo, me he disfrazado de mimo (el único mimo de la historia con barba), para celebrar el Carnaval. Y ellos habrán pensado todo lo contrario a lo que he pensado yo esta mañana, con un poquito de vergüenza ajena al vernos, que no, que qué digo, que no hay absolutamente nada de sentimiento filial en la educación, que no me conocen, que qué hago con esas pintas, como para que sean un poquito míos. Y probablemente y por una vez, los dos bandos tengamos razón.